Breve historia de una exposición
“La historia de la fotografía muchas veces se confunde con la historia de la técnica fotográfica, otras veces con la historia de los fotógrafos, de las imágenes, etc., cuando, en realidad, abarca en su objeto de estudio esas y otras historias.”
Boris Kossoy
No soy un experto en armar exposiciones, no tengo ningún grado académico que me respalde como hacedor de exposiciones, pero sí tengo la experiencia de visitar muchas exhibiciones en los últimos 14 años y de haber aprendido, por ensayo y error, a mejorar cada vez que incursiono en la puesta sobre muro.
Precisamente hace catorce años, recuerdo que vi con emoción la muestra con que se festejaban los 100 años de Manuel Álvarez Bravo, me entusiasmó mucho ver las piezas originales que, por su naturaleza, estaban montadas de una manera muy tradicional. Ahora que lo pienso, quizá era algo demasiado tradicional y poco arriesgado. Sobre todo pienso esto ahora que fui a visitar la muestra de Paul Strand en México que se exhibe en el Museo Amparo. Esta exposición, como la Álvarez Bravo, presenta imágenes enmarcadas de forma tradicional, sin embargo, esta diseñada para generar una atmósfera que conduce al espectador por un recorrido que no tiene desperdicio, en el que confluyen imagen fija y en movimiento para entender a este fotógrafo y su recorrido por nuestro país.
No sé si ésta muestra, la del Museo Amparo, está mucho mejor ejecutada o simplemente es que ha mejorado mi manera de entender los distintos aspectos que intervienen en una exposición de esta naturaleza como la curaduría o la museografía. Me da la impresión que es un poco de ambas cosas.
Fuera del terreno de la fotografía, en apariencia, una exposición que recuerdo con especial interés fue Felicidad Indecible, que se exhibió en 2005 en el Museo Tamayo. Una colectiva de arte contemporáneo chino que, por medio del video, la instalación, los objetos y la fotografía, a través de diferentes soportes de captura y de presentación, me hizo darme cuenta de lo importante que es la fotografía como medio para el arte contemporáneo.
Fue ese mismo año, en 2005, que decidí presentar mi primer exposición individual ‘importante’, como parte de la Red de la Imagen del desaparecido Festival Internacional Fotoseptiembre. Si bien para ese momento ya había presentado una modesta exposición individual y participado en algunas modestas exposiciones colectivas con fotógrafos locales, además de haber ganado el premio estatal de artes visuales en la categoría de fotografía y publicado un pequeño libro sobre un proyecto fotográfico que realicé, todavía en blanco y negro. El nerviosismo por presentar este trabajo ante la sociedad como un hijo prodigo, me trajo más dolores de cabeza que satisfacciones.
Conseguir el lugar de exhibición. Recuerdo que esto fue muy, pero muy tardado. Bendita burocracia. Si la memoria no me falla, en ese tiempo la convocatoria para participar en Fotoseptiembre ya se encontraba en internet, aún así tuve que viajar desde Tlaxcala al Distrito Federal (ahora CDMX) sólo para conseguir el formato de registro. Una vez con el formato, debía conseguir un oficio en el que garantizaba que el espacio estaba reservado para el mes de septiembre. En ese tiempo, el lugar más decente para que un ciudadano de a pie que autogestiona sus proyectos presentara una exposición, era la sala de exposiciones del Instituto Tlaxcalteca de Cultura (ahora ya está el Museo de Arte y el Centro de las Artes). Para lograrlo, tuve que hablar con la encargada para saber si estaba disponible la fecha. Una vez que me confirmó la disponibilidad tuve que hacer, ahora sí, la solicitud formal al director del Instituto. Para obtener una respuesta tuve que dar una vuelta, otra vuelta y otra vuelta más hasta que me dieron la respuesta por escrito. Ahora sí era tiempo de completar el formato y, de nueva cuenta, viajar al DF para entregarlo. Luego de eso, esperé a que la respuesta fuera positiva porque, aparentemente, no aprobaban todas las solicitudes. Así que viví otros meses con la angustia de no saber si mi trabajo era lo suficientemente bueno para ser seleccionado, mientras en el Instituto me preguntaban que cuándo les confirmaba que sí estaba participando en el festival porque si no era así iban a ocupar la sala para otra muestra. Al final salió la lista de la Red de la Imagen y sí estaba mi exposición. !Yeah¡ Pensé.
La felicidad de conocer el resultado me motivó a trabajar en un proyecto de exposición que fuera diferente a lo que había presentado antes: fotos 11×14 pulgadas en marcos de 16×20 pulgadas, clásico. Inspirado, precisamente en Felicidad Indecible y un poco en la caja de zapatos de Gabriel Orozco, me propuse a presentar pequeños formatos montados en bastidor para que la gente que visitara la exposición tuviera que acercarse para ver las imágenes y, de alguna manera, el espacio de la sala tuviera una presencia importante en la exhibición. La primer dificultad a la que me enfrenté para llevar a cabo este plan fueron las impresiones, las tuve que regresar un par de veces porque en el laboratorio el blanco y negro salía magenta. En ese momento todavía no conocía (¿ya existían?) las superimpresoras de inyección en las que imprimo ahora, además de que no tenía los químicos y el papel para imprimirlos en el laboratorio analógico, pero sobre todo, la mayor carga era que ya había gastado en digitalizar todas las imágenes del proyecto para terminar imprimiéndolas de una forma que consideraba anacrónica.
Una vez resuelto el asunto de las impresiones decidí que el bastidor fuera blanco (recuerdan la caja de Orozco). Esto no fue complicado porque tenía el contacto de un carpintero que se dedicaba a hacer bastidores y le quedaron muy bien. A la hora del montaje, me gustó cómo quedó la sala: paredes blancas con bastidores blancos con fotografías blanco y negro. En el muro principal un políptico y al centro de la sala un pedestal que tenía el libro con la serie completa de la exposición. En ese momento sentí que estaba triunfando.
El día de la inauguración todo transcurrió con calma, como se repartieron oportunamente las invitaciones y se publicaron notas en la prensa local, llegaron los invitados, las autoridades y los colados, la gente se tenía que acercar para ver las imágenes y yo lo disfrutaba. Los diarios locales publicaron notas sobre la exposición y yo me sentía una estrella en el firmamento. Hasta que todo terminó y tuve que embodegar las fotos ocupando el menor espacio posible.
Con el paso del tiempo, he dejado de hacer exposiciones como la que presenté en 2005 porque me he vuelto más exigente con mi trabajo y con la calidad de impresión y montaje. Así es que me da mucho gusto cuando me invitan a participar en una exhibición y sólo me piden los archivos finales para impresión.
La última vez que monté una muestra de principio a fin fue en 2015, en donde fui coautor del proyecto ‘Archivo no clasificado’, junto con Carol Espíndola, que participó en el Festival Internacional de Fotografía ‘Foto México’ (continuación del Festival Internacional Fotoseptiembre). Esta experiencia despertó en mí el mismo entusiasmo que diez años antes, sin embargo, sólo el entusiasmo era el mismo porque lo demás había cambiado: los tramites de la exposición se resolvieron sin mayor problema por internet. El proyecto tiene un carácter colaborativo en donde no hay un autor sino dos autores. Se trabajó a partir de imágenes que ya existían en un archivo y con apropiación de imágenes de internet. Se produjo un video. Se colgaron fotografías con marco, sin marco y sin ningún soporte, en papel fotográfico y en vinil, en paredes e incluso en el piso. Y, como colofón, en un espacio de carácter independiente alejado de la burocracia cultural que buscaba que me cobijara 10 años antes.