Biofilia: Síntoma, contexto y diálogo
«No queremos trabajar en el espectáculo del fin del mundo, sino en el fin del mundo del espectáculo»-Notas editoriales de lnternationale Situationniste 3
Acudimos a una nueva edición del proyecto de arte público de la organización Las Artes Monterrey, que este año se tituló BIOFILIA y se llevó a cabo entre el 28 de septiembre y el 12 de noviembre de 2019 en el marco del Festival Internacional Santa Lucía. El proyecto que propuso intervenir con arte público de autores locales la Macroplaza y algunos espacios aledaños a esta en el centro de Monterrey contó con la curaduría de Guillermo Santamarina y nos aproximó a las prácticas artísticas dentro de la escena contemporánea de la ciudad.
Luego de recorrer junto al curador la muestra el día de la inauguración y percibir sudorosas dudas sobre las posibilidades de las obras, ya no desde la planificación y conceptualización, ni siquiera desde la producción e instalación in situ, sino desde la confrontación con un público especializado, que no el público que se confrontaría con las obras diariamente por un par de meses, me ubico desde tres escenarios para intentar leer esta nueva edición.
Estos tres escenarios, no excluyentes, por supuesto, de aproximación son: Síntoma, contexto y diálogo. Y desde aquí hacer y hacerme preguntas

Síntoma
Hay una intención declarada por los organizadores y el equipo curatorial de que el proyecto Biofilia es una «exhibición de arte público en puntos estratégicos de la Macroplaza». Bajo esta premisa, que bien pudiéramos interpretar como una asentamiento planificado, con aires colonizadores, de un conocimiento estructurado, desde su reducido ecosistema de galerías, academias y espacios experimentales a un espacio abierto, diverso y complejo como lo es la Macroplaza, nos preguntamos:
¿Dónde y cómo se cruzan ese arte público que se propone desde el proyecto Biofilia con lo público?
¿Qué se busca con ese cruce?
Estas serían preguntas fundacionales para proyectos de esta escala. Y en el caso de Biofilia y el marco institucionalizado en el que se desarrolla, las respuestas son algo desalentadoras. Pareciera que en ese cruce el pensamiento crítico, lo experimental, lo extraño, lo social y lo político cede ante el acontecimiento y el espectáculo.
Pero acaso, Biofilia, por el contrario, dentro de su ingenuo intento de cruzar lo público con un arte público privatizado, ha sido el síntoma de una práctica artística actual y local, que en su mayoría parecer ser hiper individualista, anestesiada, dócil, apolítica y aséptica.
Contexto
La Macroplaza como epicentro del espacio público en Monterrey es un espacio moderno y anacrónico, por lo tanto, escenario de lucha y confrontación real y simbólica entre los poderes que conforman el estado. De ahí que intervenirla desde el arte va más allá de un reto artístico y supone una toma de posiciones políticas, mediáticas y en especial una relectura del espacio público contemporáneo.
De eso hay poco en Biofilia. Resalto la pieza «Asta banderas: monumento a la hospitalidad » de Damián Ontiveros y las performance activistas «Banderas máximas y otros aforismos» del colectivo Timba, ambas acuden a temas emergentes en la ciudad y se aventuran a posibilitar canales de reflexión con el público y en temas que involucran los diferentes entes de lo público. En lo personal creo que otras piezas tenían la posibilidad de traspasar lo personal y generar anclajes con el espacio, pero nuevamente en un proyecto colectivo que reúne a autores de la ciudad, se levanta una barrera donde se cruzan la historia interior con la exterior, predomina la subjetividad como fin (Esto se devela en la verticalidad de los discursos) y no como medio o herramienta ni como ingrediente alquímico que genere interconexiones expandidas entre autor- espectador y entre obra y público.
Diálogo
Pese a que desde la curaduría se propuso un tema eje sobre el amor a la vida, sobre la necesidad de un contacto con la naturaleza, tema que para nuestra ciudad es urgente, los propuestas resultaron poco eficaces al conversar con el espacio público. Al existir barreras entre lo personal y lo público sin aproximarse al contexto tanto simbólico como real se creó un monólogo masturbador. Un actuar para el espectáculo. Se cerraron las posibilidades de diálogo profundo y al no existir estos se disiparon las energías de las propuestas, se desvanecieron ante un entorno muchísimo más revelador, capaz de desarrollar acciones y representaciones de manera orgánica sin los límites que impone la noción de acontecimiento y de evento cultural.
En fin, el proyecto que propone Las Artes Monterrey es de vital importancia para una ciudad carente de un flujo artístico público constante. Sin embargo, las sutilezas de las propuestas en esta edición, en medio de un espacio tan caótico como diverso como la Macroplaza nos ubica en ese territorio peligroso que Hal Foster denomina «zombificación de lo local y cotidiano»1 y que puede revelarnos una institución narcisista y una práctica artística de un criticismo esquivo.
1. Hal Foster. El retorno de lo real. Pág 201, Ediciones Akal. 2001