De cómo construir el cielo, apuntes sobre la obra de Alexandra Germán
Cielo es sinónimo de esfera celeste: una bóveda imaginaria sobre la cual se distribuyen el Sol, las estrellas, los planetas y la Luna.
R.A.E
Cuando conocía la obra de Alexandra Germán, me asombró la forma en que era capaz de construir una fotografía. Justo en ese momento me encontraba en un proceso de formación cuyo elemento central era la producción de un ensayo fotográfico, y junto a compañeros y maestros retomábamos algunas de las discusiones clásicas (y contemporáneas) de la fotografía: análogo vs. digital, realidad vs. ficción, foto directa vs. puesta en escena, fotografía documental vs. fotografía construida, entre las principales.
Con la serie Esta historia, de Germán, que era uno de los proyectos en los que ella trabajaba en ese momento; me quedaba muy claro que la fotografía podía construirse. En ese trabajo hacía una reconstrucción de sucesos de su historia personal, principalmente de su infancia, mediante puestas en escena donde el elemento principal era ella misma. Todo elaborado en maquetas de tamaño miniatura.
“Vivimos en dos casas antes de establecernos por completo, la casa en donde crecí era enorme y muy alejada de todo, y aunque en realidad vivíamos cerca de algunos familiares, no los frecuentábamos mucho, más que algunos fines de semana. Fuera de la escuela y de las actividades extraescolares, pasaba el tiempo leyendo y haciendo miniaturas en plastilina, lo disfrutaba de una manera auténtica.”
Las pequeñas maquetas que elaboraba arduamente, eran destruidas al existir la fotografía deseada. Me quedaba claro que aquello era una declaración importante. Un acto de valentía. Una acción que expandía su discurso fotográfico más allá de lo que nos mostraba en una imagen fija. Un discurso tan fuerte y contundente que contrastaba con la sencillez e ingenuidad de las imágenes finales.
Recuerdo escucharla decir que la construcción de una nube era uno de los elementos más difíciles de lograr. Desde probar con la idea abstracta de una nube hecha con alambre de cobre, nubes opacas de papel, algodón de muy diversos tipos, quizás hasta probar con el algodón de azúcar sin color. Muy probablemente el pretexto perfecto para mostrar en una imagen la dificultad de construirse a ella misma a raíz de un cambio drástico que ocurrió durante su infancia. Un suceso que marcaría un antes y un después en la construcción de su propia identidad.

“Nací en Inglaterra y viví unos años en Berlín, en una zona llena de vegetación y de parques, en donde podíamos hacer recorridos a pie sin ningún tipo de preocupación. Tuvimos la oportunidad de viajar bastante, mi papá disfrutaba mucho de la pintura y de la música clásica, por eso mismo ir a museos era una de las actividades principales. Después de casi diez años, mis papás decidieron regresar a México de donde es mi familia y todo era realmente diferente, no puedo recordar si mis papás me hablaron antes de este cambio o si ocurrió de pronto sin que yo supiera que sería permanente…”
En la serie El viento del sol las nubes se han vuelto protagonistas, todavía el elemento central es la búsqueda y el personaje sigue siendo ella misma. Pero son las nubes quienes crean la atmósfera de cada puesta en escena. Turbulentas y grises anunciado una tormenta sobre un gran pasto verde sobre el que, a su vez, ella pisa segura como para enfrentar la tormenta. Rosadas y acogedoras invitando a verla bailar junto a tigres que la acechan. O como formando un gran remolino que amenaza con interrumpir la jornada de esa búsqueda que ha emprendido.

Con su obra paso a paso nos invita a mirar a las nubes, a confrontar la ficción con lo real, a observar detalladamente los cielos que construye y a voltear al cielo real como un gran ejercicio de contemplación. Es así que en Sobre las turbulencias nos presenta una secuencia de imágenes, algunas como dípticos que juegan con nuestra primera impresión. Hay que mirar, y volver a mirar, distinguir entre lo que la naturaleza ha creado y lo que la autora ha creado para el espectador. O probablemente solo debamos contemplar su obra.

“Me encanta la definición que se tenía de la meteorología, como ‘la ciencia de la contemplación’ y creo que el contemplarlo (al cielo) fue lo que me llevó a interesarme en el tema. Me atrajo el pensar en que era algo inalcanzable y que no lo podía mantener ni con la mirada porque cambiaba de un segundo a otro, la imposibilidad de capturarlo y su impermanencia. La fotografía fue mi manera de atraparlo, de evitar que esa nube se fuera o cambiara. ¿Qué significa el cielo? es una respuesta que aún no tengo clara y que supongo que por la misma razón aún sigo trabajando con este tema…”
Etimológicamente la palabra contemplación proviene del vocablo latino contemplatio, derivada de contemplum, que era el espacio situado hasta adelante y en lo alto en los templos paganos, donde los asistentes se colocaban para conocer los designios de los dioses. Se relaciona también con el término latino contemplari que quiere decir “mirar lejos”. También se sabe que los primeros escritores cristianos utilizaron la palabra contemplación, para traducir del griego la palabra theoría, en relación con la palabra “teatro”, que era el lugar donde se contemplaba una representación dramática.
De esta forma podemos decir que el acto de contemplar tiene una doble aplicación, por un lado en el acto de mirar con atención, de mirar más allá de la superficie; y por otra parte en la importancia de la acción o el objeto que es susceptible de mirarse ubicado en un lugar destinado para ello. El cielo ha sido un gran objeto de contemplación en todas las épocas, en todas las culturas y en casi todas las disciplinas artísticas.
“…comencé a buscar si otros autores se habían interesado en el mismo tema y cómo había sido su aproximación hacia el; en ese momento me encontré con estudios sobre el cielo que habían realizado algunos pintores del Romanticismo, como John Constable, Robert Cozens, J. M. W. Turner, Johann Wolfgang von Goethe y José María Velasco. Me quedé fascinada y comencé a fotografiar su obra…”

Metamorfosis de una nube es un acto de apropiación. Germán está interesada en poseer el cielo, capturar las nubes y precipitaciones que habitan en él. No oculta la construcción, la hace evidente y quiere que pensemos en el still de video con cada imagen que ha construido. Algo importante sucede a partir de aquí. Ya no importa solamente la puesta en escena, el autorretrato deja de aparecer.
La autora nos hace contemplar el cielo que ella ve. Utiliza la fotografía instantánea, el gif y el sonido como recursos para comprender la fragilidad de la vida de una nube, su continuo aparecer y desaparecer. Nos muestra aquellos cielos que la intrigan, los cielos que en la historia de arte se han pintado, los cielos de los que se habla en la literatura. El cielo que elige ver.
“Llegamos a Cuernavaca, se acabaron los parques y las caminatas, para los demás niños yo era extraña y por eso mismo decidí hablar únicamente en español, aún era muy pequeña y poco a poco fui olvidando todo lo que había aprendido. Desconocía ciertas costumbres y prejuicios…”
Ahora el cielo ha cambiado. Se concentra más en contemplarlo que en construirlo. Su proceso de trabajo ha cambiado. Ahora conoce los nombres científicos de las nubes, entiende que las condiciones atmosféricas determinan sus formaciones, contempla la grandeza del cielo y la colecciona para sí.

