La Velocidad de la Luz: ciencia y tecnología en el devenir de la fotografía
El progreso y la catástrofe son el anverso y reverso de una misma medalla;
construir el Airbus 380 son 1000 muertos;
no es triste decirlo en absoluto, es una realidad…
… Inventar un tren es inventar un descarrilamiento, inventar el avión es inventar un estrellamiento.
Acabamos de decirlo, y el Titanic es el naufragio del Titanic.
No hay ningún pesimismo en esto, ninguna desesperanza, es un fenómeno racional.
Es un fenómeno ocultado por la propaganda del progreso.
Pensar la velocidad
Paul Virilio.
Alguien interrumpe por un instante la sobremesa de un domingo familiar, se apresta a sacar su celular y organiza una modesta y cotidiana puesta en escena. En escasos segundos hace un par de disparos desde la cámara de su móvil y no dilata en compartir en las redes sociales el afortunado acontecimiento. Por mensaje, por correo, desde los muros de los perfiles, la imagen alcanzará velocidades insospechadas, nunca antes imaginadas. En esa luz viajarán los semblantes de los comensales, sus nombres y con ello sus identidades, su ubicación y hasta alguna nota que extienda la información. Velocidad. Estamos hablando de la velocidad de la luz.
No podemos dejar de pensar en ese binomio perfecto que son la luz y el tiempo como elementos sustanciales de la imagen fotográfica. Quizá, y a manera de consuelo, nos ayude a entender la naturaleza del fenómeno que tenemos frente a nuestros ojos. De la naturaleza, copiamos sus características y cualidades y a eso le llamamos ciencia; y cuando se aplica le llamamos tecnología. La invención de la fotografía es más que un pretexto para someter la luz: es el deseo de gobernar al tiempo. Pero ambos elementos no cedieron fácilmente al instante fotográfico. El trabajo y el esfuerzo han sido arduos desde el origen del fenómeno. Así, con ayuda de la ciencia y el desarrollo de la tecnología, la fotografía ha ido evolucionando técnicamente hasta llegar al ejemplo del principio de este texto.
La fotografía es, si y solo si, en su origen tecnológico, y su actualización como medio se debe al desarrollo e interés de una sociedad que invierte en su modernidad. Es justo el momento en que se nos presenta la posibilidad de entender lo fotográfico desde el sentido progresista que aporta la ciencia y la tecnología. Como una historia que se antoja paralela, pero que es en realidad, su eje sustancial. En un sentido lógico de sucesión de eventos, primero las hipótesis, luego las comprobaciones y por último los resultados. Nosotros nos quedamos satisfechos con lo último, pero la realidad nos obliga a mirar hacia las dudas, las crisis, la prueba y el error, la demostración. Es así como podríamos hacer una historia –como muchas otras– de la fotografía que tenga que ver con los avances y desarrollos científicos y tecnológicos. Por tanto, la ecuación resultaría en una historia de la fotografía, una historia tecnológica, una historia consecuencia de la ciencia de la época. La fotografía como el techo del pensamiento humano. La imagen fotográfica ha llegado tan alto como las ideas de la especie.
Sin embargo, no debemos perder el piso entre premisas tan exaltadas y eufemistas.
Seamos un poco suspicaces… ¿Quién marca el ritmo de la fotografía? Pues la tecnología, ¿y quién a ésta? pues la ciencia, ¿y quien a ésta última?, pues la industria, y ¿quién a la industria? el capital. Desde este silogismo podríamos determinar entonces que la velocidad de la industria se traduce en la fotografía y con ésta su producción, consumo y comprensión. Así es. Detrás de tan emblemático invento, hay un interés material, económico y de reconocimiento. Solo echemos un vistazo al 1800, recorramos las ferias de inventos con todos esos personajes urgidos de dar en el blanco con algún descubrimiento o invento que pudiera producir una generosa patente que los llevara a vivir el resto del siglo en condiciones económicas más seguras. La fotografía y el negocio han sido desde entonces, inseparables.
De esta manera, Louis-Jacques-Mandé Daguerre, no tardó en diseñar un estuche perfecto para los curiosos, los ociosos, los privilegiados. Con patente en mano afinó los procedimientos y creó la cajita feliz, con insumos y todo, para llegar a otros países y a otros continentes.
Su vigencia fue breve, porque la ciencia nunca descansa. Amén del resto de personajes que también estaban al acecho de la fotografía. Solo basta revisar la cronología de los procesos fotográficos de 1800: primera investigación de Niépce (1812); prueba en placa de peltre (1826); imagen fija con cloruro de sodio (1833); el papel salado de Talbot (1834); Herschel bautiza a la fotografía (1839); Bayard positiva directamente (1839); Louis Désiré Blanquart-Evrard crea los negativos y con ello el proceso industrial de la fotografía (1847); Archer y el colodión húmedo (1848); la iluminación de magnesio (1859); la invención de la placa seca de gelatina (1880) y así, una lista que continúa siempre tras la promesa de agilizar, facilitar y mejorar la práctica, porque así es mas accesible (pensamiento industrial y de mercado). Con esto decimos que la intención del registro descansaba en el objeto, en el espacio, en el acontecimiento, en el ser amado… con este arder en deseos, de verlo todo, de re-hacerlo todo. Esa era la fotografía de 1800.
Cuando llega Kodak a la fotografía y al mundo bajo el slogan “Usted dispara, nosotros hacemos el resto”, la fotografía hace su entrada triunfal a la industria y al mercado; estos últimos se esforzarán hasta nuestros días en hacer los aparatos y los procesos más sencillos, más prácticos, más eficientes. Bajo los nombres de Canon, Nikon, Olympus, y un muy largo etcétera, la industria acaparará a la ciencia para producir tecnología que haga la vida más fácil a la sociedad, sin importar para qué se use, hasta dónde llegue o cuanto tiempo tendrá de vida útil. La fotografía era privilegiada por la tecnología y en consecuencia por las ventas. Así hemos podido comprobar que dicha industria se mantiene gracias a un mercado amateur, y no así por el fotógrafo especializado. La única verdad que hay detrás de esta fotografía industrializada se llama mercado: el único fin que busca esta industria no es el progreso, en realidad se llama ventas.
Bajo esta experiencia del siglo XX, cerramos un siglo y también una fotografía cuyo paradigma no fue del todo resuelto. Saltamos a lo digital sin dudas, sin desconfianza, sin miedo. De nuevo el contexto científico y tecnológico normaría sobre las maneras de producir imágenes. Entonces el siglo se nos adelanto con el internet, las cámaras digitales, los programas de edición y las redes sociales. Otro elemento que sorprendió fue la aparición de la telefonía celular, que no solo brindaría la posibilidad de comunicarnos mediante la palabra. Estos dispositivos estaban armados, –si digo, armados – con cámaras fotográficas, extendiendo la posibilidad de comunicarnos ahora, a través de la imagen. Fue entonces que la ciencia, quiero decir la tecnología, más bien la industria, nos dotó de cámaras y nos hizo a todos fotógrafos. Salvo la penosa diferencia que hoy el registro dista mucho del de 1800, pues ya no descansa sólo en los objetos, los espacios, los acontecimientos, el ser amado. La factibilidad del dispositivo hace del registro fotográfico una tarea por demás banal, simple y confusa: reto imposible de identificar, catalogar y conservar. Una avalancha de imágenes alentadas desde la tecnología.
Hoy, la post-fotografía va en detrimento de aquella fotografía que se afanaba por crear la imagen permanente. Hoy la característica de la imagen post-fotográfica (además de insulsa), es su carencia de materia. Que conjuntamente con las redes sociales hagan de nuestra permanencia en este mundo una constante de testimonios simples y cotidianos (quizá hasta el abuso), es la premisa del mercado: imágenes de personajes en gimnasio, antros, cafés, viajes, hasta el colmo del ocio. En este mismo instante –eufóricas y demandantes– miles de millones de imágenes me comprueban el devastador poder, hasta ahora indiscutible, de la velocidad de la luz.
