El urinario de Duchamp y la Fotografía
No deja de ser curioso que desde el prostituido momento en que se patentó fijar las imágenes sobre peltre, plata, vidrio o papel, la fotografía posee una migraña incurable en su relación con el arte, el autor y la autoría.
No hay período del arte de 1839 hasta nuestros días en que esos aspectos no hayan sido puestos en duda, o se hayan creado sectas de pensamiento en torno a lo que debe ser y no ser la fotografía. Sumémosle a eso el tema de la originalidad. Y listo, ya tenemos la manzana de la discordia hasta el final de nuestra era humana.
Sesudos filósofos como Barthes o Benjamin dedicaron gran parte de su trabajo para entender o aclarar el camino. Hoy día sus textos son biblias, que se revisan cual evangelio una vez entramos en la discusión. El evangelio según San Walter sobre la reproductibilidad. El Evangelio según San Roland sobre el autor.
Pero como con los filósofos no fue suficiente, no faltó ni falta poeta que pierda la oportunidad de dejar unos versículos elevando a los fotógrafos al altar supremo del arte como Susan Sontag “Una fotografía no es el mero resultado del encuentro entre un acontecimiento y un fotógrafo; hacer imágenes es un acontecimiento en sí mismo”. O, por el contrario, defenestrarlos hasta convertirlos en la especie más baja de la escala darwiniana del arte. Baudelaire decía que la fotografía debe “ser la sirvienta de las ciencias y de las artes, pero la muy humilde sirvienta”
Sin embargo, esta “Fiesta memorable” como la de Jiménez Emán, no estaba completa. Aún faltaban los abogados. Y se vinieron las leyes de propiedad intelectual, las patentes etc. En fin, un gran banquete donde todos desconfían de todos. Los filósofos de los artistas, los poetas de los fotógrafos, los artistas de los fotógrafos, los filósofos de los poetas, y los abogados de todos ellos juntos.
Y como de tanto beber en esta fiesta, dan ganas de orinar. Llegamos así al Urinario de Duchamp. ¿Y qué tiene que ver esta pieza de baño con la fotografía?, Vaya, que ahora si que los conceptuales y vanguardistas trajeron los papeles y las pastillas a esta fiesta. Adiós a la técnica, adiós a los valores de autoría y se limpiaron el trasero con el manifiesto de Adams.
Irónicamente, antes de terminar la fiesta, que ya estaba como matrimonio griego, se aparecieron, sin invitación, unos ingenieros: adiós licor, poesía y pastillas. “Esto se resuelve en lenguaje binario, y se distribuye y comparte por todo el mundo”. Así que adiós a la élite fotográfica y la autoría y los derechos tal como se conocían.
Ya en la despedida, inconscientemente, los asistentes se dividieron en tres grupos: Los religiosos, los pragmáticos y los anarquistas. Cada grupo contaba con un poco de filósofos, abogados, curadores, artistas, poetas y fotógrafos.
Los religiosos construyeron la Basílica de San Cartier-Bresson al que le rinden pleitesía y le rezan todos los domingos. Los pragmáticos están en los tribunales defendiendo a asesinos y derechos de autor por igual. Y los terceros, pues como son los anarquistas, un día una cosa y otra día otra, y a veces nada, es preferible apostarle a alguna de las incertidumbres del futuro para lucir visionario.
Pero algo tenían en común los tres grupos. Pensaron que los ingenieros estaban hablando pendejadas. Y brindaron por el fotógrafo y la autoría hasta el final de los tiempos.
Y luego vino la resaca, se asomaron a sus computadoras y smartphones y vieron miles y miles de fotografías de la fiesta y al after party sin permiso y regadas por el mundo.