La precariedad de ser artista

Hace poco publiqué en este blog una nota que se preguntaba ¿Cuándo renunciar a las convocatorias de arte? , y trataba de dar un panorama amplio sobre cuándo, por qué y para qué seguir participando en convocatorias. Sin embargo, entre lineas, ese texto denota un fantasma que recorre la actividad de quienes nos dedicamos al arte: La precariedad económica de nuestro trabajo, esfuerzo y pensamiento.

Una precariedad que se manifiesta compleja. Pasa por nuestra familia, las instituciones y la valoración general de una actividad, que si bien es reconocida socialmente por sus aportes al humanismo y al colectivo de nuestra civilización, no así, es valorada económicamente.

En lo personal y a lo largo de mi trayectoria ha sido una tensión constante. Recuerdo a mi mamá recordándome siempre que buscara un trabajo fijo, que ser artista no valía la pena y en el entorno familiar la subestimación de mi trabajo. A mis amigos del colegio o la universidad, la mayoría no entiende que es lo que hago o para qué. En el lado institucional es un poco más perverso, porque, en la mayoría de los casos, se usa al artista para cumplir agendas y actividades, cangeando sueños y expectativas, trabajo e investigación, por una migaja de reconocimiento, validación o visibilidad.  Un ironía redonda, pues las instituciones culturales existen como medio entre arte y sociedad, pero el artista, a pesar de ser quien produce e invierte su tiempo y recursos, es tratado como gestor altruista que trabaja a cambio de aplausos y sonrisas.

A partir de ese post sobre convocatorias, me escribió Eduardo Ramirez, un investigador, ensayista y crítico de la ciudad de Monterrey, para compartirme una ponencia que realizó para el Museo universitario de arte contemporáneo de Ciudad de México (MUAC), donde pone en evidencia algunas iniciativas institucionales y privadas que vulneraron a los artistas durante la pandemia. Aquí les comparto el video, pues detonó que escribiera esta breve nota.

Aquí pueden ver la ponencia:

Por el lado de las convocatorias y becas, también juegan un papel perverso. Ofrecen pequeños aportes, con los cuales un artista apenas puede producir la obra, en el mejor de los casos, pero no puede pagar la renta, la comida, o los nuevos materiales. Y  a cambio, debe desarrollar proyectos, investigaciones, escribir declaraciones, diseñar portafolios específicos y exponer su obra. ¿Hay excepciones a esta situación? Sí, las hay. En lo personal he sido seleccionado en varias donde además del dinero de producción de obra, se incluye honorarios para el artista que dedicará su tiempo y conocimiento en el desarrollo de un proyecto.

Sin embargo, esas oportunidades son escasas y la competencia es desmedida. Es así como el ser artista en el contexto latinoamericano pasa a ser una profesión de las más precarias, casualmente, igual que los maestros.

Por supuesto que existe una élite de artistas que juegan en la liga del mercado del arte, pero esa es otra historia que escribiré más adelante.

Ahora ¿Cómo se manifiesta esa precariedad?

  1. Ingresos irregulares: Muchos artistas tienen dificultades para obtener ingresos regulares y estables a través de su trabajo artístico. Esto puede deberse a la falta de demanda, a la competencia en las convocatorias o Becas o a la falta de acceso para comercializar su trabajo.
  2. Falta de seguridad laboral: Los artistas que trabajan en el sector cultural a menudo tienen contratos temporales o trabajan como autónomos, lo que significa que no tienen acceso a los mismos derechos laborales y sociales que los trabajadores asalariados.
  3. Presión financiera: La necesidad de ganarse la vida puede llevar a algunos artistas a comprometer su visión artística o a aceptar trabajos que no les interesan realmente.
  4. Falta de apoyo institucional: Muchos artistas luchan por obtener financiación y apoyo para sus proyectos artísticos, ya sea por parte del gobierno o de organizaciones privadas.
  5. Dificultades para conciliar trabajo y vida personal: Los artistas que combinan su trabajo artístico con otros trabajos pueden tener dificultades para encontrar un equilibrio entre su vida laboral y personal. La mayoría termina renunciando a hacer arte.

Es creciente la desvaloración a todo aporte humanista o que ejercicio del pensamiento crítico y la creación son prescindibles.  Parece que todo debe producir solo capital económico de forma práctica y rápida. A veces se nos olvida que el arte ha sido igual de importante que la ciencia para el desarrollo de nuestra civilización en este planeta.

 

Foto de Matthieu Comoy en Unsplash